Eran las cuatro de la
mañana y ninguno de los dos intuía que acabaríamos por las calles de esta
ciudad.
-No se que quiero. Ni si
quiera se si quiero algo.- Pretendía explicarle todo lo que sentía, pero supuse
que no entendería ni el tono de mis palabras. Me miró a lo “majareta” y siguió
caminando. Me costaba seguir sus pasos largos y yo empezaba a cansarme.
La amarga luz del alba
nos pillo desnudos, pero extraños, en esa playa unos meses antes y empezaba a
darme cuenta de que lo que sentí no fue solo el engaño de esa noche de mayo.
Caminamos unos veinte
minutos sin dirigirnos la palabra hasta que él anunció súbitamente:
-Yo solo quiero cambiar
tus deseos hacía mi, y matar estos silencios.-
Me enfurecí.
-Yo en cambio no quiero
extinguirlos, necesito que aparezcan más a menudo para que la sensación que me
recorre el cuerpo cuando hablabas desaparezca.- Empezaba a sentirme más cómoda
contándole la verdad.- Algo tiene que ocupar tu puesto otra vez o me perderé en
esa noche de amor, y eso, esta claro que no puede ocurrirme.
Y otra vez puso su cara a
lo “majareta”, y mierda, como me gustaba esa cara.
“No te puedes dejar ir
ahora Ona” Pensé y permanecí durante toda la noche firme a cualquier acto de
cariño.
-Ya se lo que te pasa…-
Susurró.
-No, no tienes ni idea.-
Deseaba que fuera verdad
y supiera explicármelo. “Va campeón, se fuerte y cuéntame lo que me pasa”.
-Claro que si. No puedes
dejar de pensar en como acaricié tu espalda y tus pechos y tienes miedo de
darte cuenta de que no puedes vivir sin eso, que necesitas que te haga el amor
y cuando acabe te envuelva con mis brazos susurrándote. Quieres silencios porque te espanta
saber que no, nada puede ya ocupar mi puesto y que ya estas perdida en esa
noche de amor. Lo que te pasa concretamente es que sabes que estas enamorada y
no quieres admitirlo.-
Efectivamente acertó y me
puse a llorar como una niña. No estaba preparada para ese amanecer.
-Este amor ahora me
esgarraría más el corazón.- Dije excusándome.
-Este amor, cariño, este amor lo cura todo.