sábado, 15 de septiembre de 2012

La pelirroja


No recuerdo su calle pero si la manera en que se apoyaba en la gran puerta de metal pintada en celeste. Luego, como siempre, sacaba a pasear su melena pelirroja cogida de mi mano hasta que se daba cuenta que éramos un amor extraño y la dejaba caer clavándome una daga cada vez que lo hacía. Entonces actuaba,  lo hacía tan bien que su “naturaleza” interpretada brillaba por encima de todo. Ella rompía con todo lo que la asfixiaba igual que hizo conmigo, dejaba que sus mentiras te atormentaran hasta renunciar a los secretos que guardaba bajo los azulejos. Yo hice a la pelirroja débil y llorona. Creo que fui la única afortunada que vi su piel de gallina al escuchar una banda sonora y la volví sensible a mi cuerpo encima del suyo. La enamoré como ninguno había hecho y por eso exactamente no tardó en acabar conmigo.
De lo que si me acuerdo a la perfección es de la fluidez en que bailaba, dejándose llevar por una línea de bajo y lo bien que le sentaba mi jersey de rayas. Aún tengo en la memoria como se desnudaba si le decía que estaba preciosa con su vestido y me enseñaba sus bragas y buscaba las mias. Haber que me queda mejor, decía.
Llegados a ese punto nos encendíamos con las manos, manos con mucho tacto ya.
Me costó hallar la palabra exacta, ella era la niña misteriosa que todo el mundo amaba y se decidió  por un amor desconcertante con dieciséis primaveras.

Y es que es imposible olvidar sus pestañas largas que mentían como el diablo aunque no recuerde su dirección.










Pel teu jersei de ratlles.